24/06/2020 | Por César Ortega. El economista pilarense propone la creación del Banco Municipal para generar autonomía y federalismo de manera simultánea. En su columna indica que permitiría enfocarse en el fomento de actividades no solo económicas sino también culturales y deportivas.

Si dimensionásemos que es la Constitución de 1853, la que incluyó entre las condiciones fijadas a las provincias la de “asegurar el régimen municipal”. Ello incorpora al orden constitucional la realidad comunal bajo la forma de régimen, por tanto el municipio no nace como una separación puramente administrativa, sino como poder político autónomo.

Más aún, la CN de 1994 enfatiza el federalismo, consagra la autonomía municipal en todos los aspectos, es decir, en el orden institucional, político, administrativo, económico y financiero.

Ante semejante reconocimiento merece una discusión la necesidad de contar con una institución bancaria local que promueva el crédito para sus vecinos.

Quién mejor que un Banco local podría tener una mirada de promoción del crédito y del ahorro, siendo el municipio, la institución natural y necesaria que se basa en relaciones de vecindad.

Es sobre estos cimientos: federalismo, reconocimiento constitucional y proximidad (vecindad) que puede edificarse la construcción de un Banco que supla y complemente lo que la banca privada no hace. Promover que un mayor número de comercios y emprendedores de menor tamaño puedan acceder al financiamiento y lograr mejores condiciones financieras que permitan favorecer la inversión.

Un Banco Municipal de desarrollo cumple un papel importante en estos aspectos, sumado a la asistencia no financiera, educación financiera, apoyatura técnica y sistemas de garantías para ayudar a miles de microemprendimientos a ser incluidos financieramente.

Hablando mas simple, un Banco municipal permitiría enfocarse en el fomento de actividades no sólo económicas sino también culturales y deportivas. Acercar créditos no usurarios a sus vecinos, asistir a comercios y pymes en situaciones imprevistas (inundaciones, obras públicas que impidan su normal actividad, etc).

Inclusive podría pensarse en una flexibilidad de créditos que se adapten a cada necesidad del ciclo de un negocio. Por ejemplo, por cuestiones profesionales intercambie experiencias con el entonces presidente de un banco ecuatoriano que me contaba como atendían a sus clientes y mencionó 2 casos extremos. El primero, la financiación de capital de trabajo a un florista (¡Sí, el que vendía flores!), los préstamos duraban solo 6 horas, desde las primeras horas de la mañana en las que retiraba del mercado de flores su mercadería hasta el mediodía cuando ya habría vendido su stock de flores. No tenía sentido un préstamo más largo y así todos los días. El segundo era la financiación de licuadoras o máquinas de coser a pequeñísimos comerciantes que vendían licuados o arreglaban ropa a plazos algo extensos.

Leerán con asombro estos ejemplos, como yo, pero claro todo el esquema crediticio se basa en la confianza, en la proximidad, en la esperanza de que ese emprendedor que cada día sale a encontrarle la vuelta a su negocio repaga ese crédito. El crédito dignifica, permite proyectar, dar empleo.

Las experiencias de bancos municipales en Argentina no han sido felices, sólo quedan 2 a nivel nacional pero eso no implica que no pueda repensarse, con un manejo profesional, inteligente y no pensado como un sistema de dádivas y favores.

Sería un gran orgullo que Pilar contara con una institución que fomente la inversion a través del crédito y el ahorro, que multiplique el comercio y genere empleo e inclusión financiera y eleve en definitiva el bienestar de su comunidad.

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